Isleños en Puebla de los Ángeles: retrato de una temprana emigración canaria a México (siglo XVII)

Su actividad humana y laboral, las relaciones de grupo y paisanaje, su papel social, sus donaciones y patrocinio artístico, los testimonios en general de su presencia en Puebla de los Ángeles y de la poderosa influencia que la metrópoli colonial ejerció en las islas pueden rastrearse en sus archivos civiles y religiosos de la ciudad, que, por fortuna, ha conservado, prácticamente intacto, su valioso patrimonio documental. Situada en medio del fértil valle de su nombre, al sureste de la Ciudad de México, Puebla fue fundada en 1531 a mitad de camino entre Veracruz y la capital virreinal. Del examen de los dos primeros libros matrimoniales de españoles y mestizos de la Iglesia del Sagrario Catedral (única parroquia del centro urbano de la ciudad hasta la segregación de las feligresías de San José en 1595 y San Marcos en 1769) se desprende que, en poco más de cincuenta años, entre 1585yl639, contrajeron matrimonio en Puebla un total de 65 oriundos de las «islas de Canaria», «islas de Canarias», «las Canarias», «islas de Tenerife», «islas de Tenerife, en las de Canaria» o «en las Canarias», o «islas de La Palma», cuya naturaleza se reparte de forma casi igualitaria entre Tenerife, de la que eran originarios 22 de los contrayentes, 20 de la «isla de Gran Canaria», «de la Gran Canaria» o de la «isla de Guía, en las islas de Canaria» y otros tantos de la «isla de La Palma», «de la isla de La Palma, arsobispado de las Canarias», «de La Palma», «de la ciudad de La Palma» o de la «isla de Santa Cruz de La Palma». De la misma isla procedía el viandante Luis de Armas Pelayo († 1712), que casó en tres ocasiones sin lograr mejorar sus haberes, la primera vez con doña Gerónima Navarrete, vecina y natural del pueblo de Papanda, «la quai truxo a mi poder mucho caudal que gasté y disipé y yo no tenía capital ninguno»; la segunda, con María de la Encarnación y Rivera, vecina del pueblo de Chicontepec, que aportó otros 500 pesos de dote y «yo no tenía caudal ninguno»; y la tercera vez con Josefa Pérez, vecina de Tamiahua, «que no trajo a su poder caudal ninguno, ni yo tenía ni más que mis ageusias para pazar mi vida».